Mi papá es mejor que Chuck Norris

Hace mil años, cuando el tiempo no era tiempo y yo era una niña pequeñita intentando encontrar un regalo adecuado le pregunté a mi papá: — Papi, ¿cuál es tu color favorito?, y  el padre me miró, sonrió y dijo sin pensarlo: «el color de tus ojos».

Han pasado quizás 16 años desde ese día, y aún nadie me ha dicho un piropo ni siquiera un poquito parecido.

Cuenta la leyenda que cuando yo iba a nacer, un domingo a las 11 de la noche, mi pobre papá estaba casi muerto de los nervios afuera de la sala de partos y cuando finalmente escuchó mi llanto fue para él como música de los cielos, por eso me llamo Melody.

Mi papá es un rey mago (se llama Baltazar), que se parece a Santa (barbudito y panzón), pero es chombo, así que es algo así como un gran peluche. Pero no siempre fue así, durante su juventud mi viejo cargó quintales de arroz y manejó camión trabajando con mi abuelo, buceó en Portobelo (pero no sabe nadar, solo bucear), jugó al futbol, caminó hectáreas y hectáreas buscando y eliminando plagas de cultivos, y lo más importante, se casó con mi mamá.

Tampoco es que la haya pasado fácil mi viejo. Primero, le toca ser hijo único de una pareja mayor. Se casa ilusionado pensando en tener más o menos 5 hijos y le dicen que no puede. Cuando finalmente su mujer se embaraza, el papá se le muere después de estar  años en cama por un derrame. Nace el nene y le dicen que es probable que sea el único… pero nací yo!

Cuenta la leyenda, también, que cuando los amigos de mi papá fueron a verme al hospital me vieron muy blanca para ser su hija, y ahí empieza la historia de defensas de mi superhéroe. Mi papá me defendió y jamás dejó que se dudara de mi origen, ni por un momento y  doy gracias a eso, porque él confió en mi mamá y esa confianza se siente.

El único objeto rosado que amo es un peluche que me compró mi papá una vez que yo estaba enferma, creo que ese oso me dio muchos sueños en paz.

El viejo me enseñó que soy capaz de defenderme por mi misma y no necesito esperar a que nadie me salve aunque él siempre estará dispuesto a hacerlo. Que un buen papá no es el que más regalos compra, sino el que enseña a trabajar por la cosas que uno quiere. Que se puede consentir a un hijo sin convertirlo en un inútil.

De mi papá heredé esa costumbre de hacer que los amigos se conviertan en familia. La costumbre de no dejar que nada me robe la calma a menos que se metan con esa familia. Pero hay que reirse con ganas cuando algo te hace reir.

Papá me enseñó que los abrazos son gratis y hay que regalarlos a todo el que se pueda. Que la plata no se la lleva uno después de muerto, hay que gastarla. Que si se va a gastar la plata, que sea en algo bueno y no ser tacaño con uno mismo ni con la gente que ama.

Papá me enseñó que para escuchar hay que callarse primero. Que no hay que ser bueno en todo, pero hay que ser excelente en algo.

Aprendí de él, que en cuestiones de música hay que escuchar de todo (mi viejo escucha Cienfue, Mars Volta, Lady Gaga, y otro montón de cosas bastante random). Y que para cocinar, no hay nada mejor que cantarle a la comida, aunque él siempre tararea la canción del El Padrino.

Me encantan los hombres con barba por mi papá. Su pancita es el mejor lugar para la siesta.

Pero el gran súperpoder que tiene mi papá es que no importa dónde yo esté, si está lloviendo, si son las 3 de la madrugada, si estoy ebria o si él está dormido, cuando yo llamo, él deja todo lo que está haciendo y me va a buscar.

No importa lo malo que haya sido mi día, ni lo terrible que me sienta por dentro, sé que voy a llegar a casa y mi papá va a decir: «Melody, I love you, do you love me?»

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