Son las 9 de la noche

Son las 9 de la noche, es martes, estoy agotada y mis procesos mentales -de por sí extraños-empiezan a ir en todas direcciones incluso algunas que rompen la lógica matemática.
Por ejemplo, fíjate, que me ha llegado ese pensamiemto peregrino de que la llamen  «puta»  a una no es tan malo.
Ya va que te explico. Obviamente la palabra en cuestión  es usada para insultar y esos asuntos de corrección política no las vamos a discutir por acá porque es tema de otra día.
Calma, voy a eso. El asunto es que «puta» es algo así como el apócope despectivo para «prostituta» y , después de todo, la prostitución puede ser una profesión (eso depende de la libertad de quien la ejerza, claro). Ahora, que eso de ser prostituta no debe ser nada fácil; eso de tratar con amor y atención a todos los clientes ya sean gordos o flacos, feos o guapos, peludos o lampiños, emperfumados o no… digo, eso me suena como el servicio al público más complicado del mundo. Y luego que no sabes si ese tipo está loco o si tiene alguna enfermedad contagiosa y nadie te paga esos riesgos profesionales.
Además, como sabemos, la prostitución es un negocio con tarifas establecidas y hasta con lugares de trabajo que pueden ser lujosísimos (no, no vamos a discutir el aspecto moral del asunto).
Dicho eso, ser  una buena puta implica una serie de habilidades y talentos histriónicos y de relaciones públicas que necesitan ser  pulidos con el tiempo. Insisto en que todo esto aplica solo si la trabajadora lo hace por decisión propia sin cohersión ni coacción.

Y bueno, la próxima que me llamen «puta» me va a salir por el mismo oído que me entró. Total, las palabras tienen el valor que uno les dé.

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