Fue mi culpa

-Fue mi culpa, yo fui allá con él voluntariamente pensando que todo iba a ser como yo quisiera. No debí creerle, pero soy medio tonta.
Yo sé qué vas a decir: nunca es culpa de la víctima, nadie quiere que lo violen…

(Silencio, lágrimas que se asoman, mirada perdida que rehúye la mia)

Fue mi culpa, ¿sabes? Yo estaba aburrida y él estaba libre.
Fuimos a dar una vuelta y no sé cómo terminamos en ese lugar. Yo le dije que no quería sexo y le creí cuando dijo que yo estaba a cargo. ¿Ya ves lo tonta que soy? No, no me mires así, sé que en el fondo piensas que me lo busqué. ¿Qué hace una mujer en una cama con un hombre si no quiere sexo? No, no lo niegues, lo estás pensando. Pero en verdad no lo quería dentro mio.

(Silencio… espero…)

Le dije que no, dije que no quería, que me dejara quieto el pantalón; pero el sonreía mientras me sujetaba las manos y me fue dando miedo. Esa mirada la conozco bien. Es la mirada que anula, que te convence de que lo que estás diciendo no es lo que quieres, que él sabe lo que quieres, que cualquier negativa es inútil.
Estaban pasando una película de Anthony Hopkins, la del hombre  lobo, no la había visto antes y nunca antes le puse tanta atención a la televisión. Mientras él forzaba su cuerpo en el mio, yo miraba la televisión. Esa que estaba en la cama no era yo, sigo sin ser yo. Él se movia dentro de mi y yo me concentraba en el hombre que se convertía en lobo en la pantalla. Alcancé a decirle que al menos se pusiera un condón. Me rendí. No me moví, solo miré la tele, la miré fijamente y salí de  mi cuerpo hasta que él terminó, lo dejé hacer, tuve demasiado miedo para luchar, solo lo dejé hacer hasta acabar.
Ahora entiendes que fue mi culpa. No hubo golpes, no hubo gritos, no hubo engaño, solo una mujer asustada que no supo negarse lo bastante fuerte, una mujer débil que no luchó.
Vas a decirme que una sola negativa es suficiente, pero sabes, sabemos que no. Que una tiene que dejarse las uñas para que sea suficiente.
Mi papá se enfermó esa noche. Me llamaron y fui a casa. Me vestí y fui a casa como si no hubiera pasado nada. Y en mi conciencia inmediata, solo registré al hombre lobo. Fui a casa y abracé a mi papá, busqué medicinas para él, ayudé a vestirlo. No me di cuenta de que estaba sangrando hasta el día siguiente. Sangré tanto que necesité una toalla. Dos días sangrando. Y no fue hasta que vi mi ropa manchada que mi cerebro unió los puntos y me dijo «te violaron, por pendeja te violaron».

(Los ojos están rojos, pero no hay lágrimas. Me mira fijamente)

Pendeja soy. No te voy a mentir, a veces me duele. Y es horrible cuando estoy con mi novio. Ya sabes, lo conoces, es tan bueno conmigo. Con él media negativa es suficiente. Pero el dolor no se va. Es como si mi cuerpo siguiera sintiéndose atacado. A veces … me da pena con mi novio, no tengo ganas, tengo ganas de estar con él, pero entonces mi cuerpo recuerda. El dolor, ese dolor.
Yo le conté, no como te lo estoy contando a ti. Pero, ¿cómo le explicas al hombre que te ama que un maldito te desgració y que tu útero está amargado? Porque eso siento: que mi útero está amargado, que se atrincheró dentro de mi, que está aterrado ahí, cerrando puertas y ventanas cada vez que siente algo muy cerca.

(Ahora la mirada es tan fija que parece de un depredador a punto de atacar … y de pronto, esa sonrisa, conozco esa sonrisa, la sonrisa de «ya qué».)

¿Vas a escribir esto? No me importa. Esa no era yo. Yo esa noche me vi una peli del hombre lobo.-

Volver al mar

La sirena llegó a la orilla siguiendo a la vieja tortuga, la había seguido por años en su peregrinación para deshacerse de su carga de huevos. Es un verdadero placer ver a esa criatura desplazarse por las aguas frías año tras año, como hipnotizada. Cada año acompaña de lejos a esa tortuga y luego regresa  para ver a las pequeñas tortuguitas volver al mar.

Volver al mar, ¿acaso no es lo que todos queremos?. La levedad al sentirse mecido  por las olas, el abandono  del cuerpo, laxitud. ¿Quién no ha flotado en el océano y deseado quedarse allí?, solo quedarse allí para la eternidad, flotando, con los cabellos alrededor de la cara, sin peso, sin ruidos, sin el mundo.

Volver al mar se antoja como volver al vientre, antes de que todo se complicara.

Esas complicaciones ya casi no las recuerda la sirena, es una sensación vaga y lejana, la desazón de la gravedad. Cada vez que toca la orilla, cada que se tiende sobre una roca para esperar la marea, el sentimiento vuelve como una incomodidad. Con el tiempo ha aprendido a ignorarlo; se sienta y mira amanecer y olvida que una vez fue humana. Olvida que una vez tuvo piernas. Olvida que una vez sufrió.

El Horror

Desde siempre le tuve asco a esa casa, cuando tocaba visitar a mi tía, yo simplemente inventaba excusas para no hacerlo. Pero ahora soy adulta, ahora las excusas me parecen lejanas como la gente que ya se ha muerto y el miedo de la culpa por no visitar a los vivos es más presente de lo que quisiera admitir.
Así, me trago mis remilgos y tomo el taxi hacia aquella casa con la firme determinación de no sentarme. Solo es cuestión de llegar, saludar y salir.
Al llegar me encuentro con la visión usual: repisas llenas de polvo, decoraciones que han camiado el color bajo capas de suciedad y los muebles, los muebles, cubiertos por esa pátina de sudor, grasa y polvo que vamos dejando los humanos en las telas. Esa pátina brillante y oleosa que hace que los sillones se vean como enormes manchas de sustancia pegajosa.
Respiro profundo y el tufo de humedad me golpea hasta casi ahogarme. Solo queda rezar porque la visita sea ridículamente corta.
Camino dentro de la casa y avisto la única silla que parece limpia. Es una de esas sillas altas de bar, supongo que esa sección de la casa está menos cochina porque es la cocina.
Desde mi pequeña plataforma, continúo la conversación. Mi tío está de pie junto a mi bebiendo un jugo y entonces, pasa:
Mi tío termina su bebida, pone el vaso sobre la mesada, acerca su mano a mi camisa, veo como acerca todo su cuerpo a mi, y antes de poder huir, procede a limpiarse la boca con mi manga.

¿Y el resto?

Había una vez… No importa lo que había. Lo que interesa es que había lo que les vengo a contar.
Y pues, niños y niñas, que estaba esta maestra. Una de estas clásicas maestras, con lentes y zapatos de abuelita. Una de estas que parece tropezarse hasta con su propia sombra y que debe hacer un esfuerzo enorme para parecer que tiene alguna autoridad. Y , pues, estaba esta maestra medio ahogada entre verbos y geografía, con historias de amor escritas en libros de lejanos lugares, porque así son las maestras de cuento, ¿no?
Y estando la maestra entre algún capítulo de la enciclopedia y los botones de su blusa, la encontró un mago.
Sí, un mago. Pero este mago en lugar de sacar conejos de sombreros y otras chapucerías, sacaba sonrisas de almas dormidas.
Y, pues, el alma de la maestra no es que estuviera dormida sino que andaba como distraída, ¿saben?
Lo que pasa es que a veces las maestras de cuento no saben muy bien para qué sirve la vida si no está escrito en algún libro, y en ninguno de los libros que había leído nuestra pobre maestra hablaba de eso de soltarse el pelo y subirse la falda para bailar furiosamente sobre alguna mesa. No que no. Ella solo sabía de academia hasta que llegó este mago.
Y, bueno, eso es todo lo que había. Ahora, sean buenos niños e imaginen el resto.

Valentina cumple 2

(Seguimos con la historia para niños, sobre una niña)

«Es viernes, eso dice tía-mamá. Dice que hoy es un día especial, que en la noche vamos a celebrar mi cumpleaños. Dice que ya soy una niña grande porque ya tengo 2 años.

Tía-mamá vino más tarde hoy. Me puso un vestido bonito y trajo un dulce. Un dulce rosado. Le puso una velita. Como soy una niña grande, esperé a que terminaran de cantar esa canción antes de meterle los deditos y probarlo. Me gusta el dulce. Tía-Mamá me tomó muchas fotos. Todo esto es muy emocionante, pero ya me están poniendo la pijama y Tía se va de nuevo. Lo bueno es que dice que mañana vamos a pasear.

Amaneció. Tía-Mamá me ha puesto el mismo vestido bonito de ayer y me peinó. Vamos a la casa de la otra tía, con todas esas puertas que abrir. La otra tía me preparó un plato de sopa de pollo, está muy rico y como me tomé casi toda la sopa me dieron gelatina. Hay muchas sillas y banquitos donde puedo subirme, hay cosas que puedo agarrar y todos se ríen, yo también me río.

El cuarto de la otra tía tiene un pájaro que cuelga del techo, quiero tocarlo, me da miedo, quiero tocarlo. La otra tía me carga y me ayuda a tocarlo, se mueve, me asusto, me río. La otra tía se pone una camisa bonita y nos vamos de paseo vruumm, vrummm. Claro, a los 5 minutos de estar en el carro, me quedo dormida. Cuando despierto estamos en un lugar con mucha gente, tengo que caminar porque las tías no trajeron mi coche. Pero ya soy una niña grande y puedo caminar con ellas.

Tía-Mamá dice que necesito ropa nueva. Hay mucha ropa aquí, pero ellas no se deciden. -«Me gusta ese de flores»- intento decir, lástima que aun no me entiendan *suspiro*. No importa, ya está Tía-Mamá hablando con esa señora que pone todo en una bolsa.

Caminamos y caminamos y caminamos más. Vemos muchas cosas de colores hasta que las tías deciden que ya he comprado suficiente ropa y es tiempo para ellas comprar. La otra tía es divertida, ella baila conmigo. Me gusta cuando baila. Y me habla en un idioma extraño, creo que quiere que la ayude a comprar una camisa.

Las tías me dieron dulce, ahora solo quiero correr y bailar. Las tías no me sueltan.

Es hora de ir a casa. Me gusta ir de compras con las tías.»Image

Tiempo

Ella lo miró de reojo mientras buscaba en la cesta la camisa que usaría, la camisa que ella iba a planchar en los próximos minutos mientras él recogía sus chécheres para el trabajo en silencio, refunfuñando porque algo había quedado atrapado en la esquina de la habitación y había que mover todo para sacarlo y, pues, ya iba tarde. Tarde. Tarde. Siempre tarde.

Ella lo siguió mirando de reojo, con la plancha en una mano y alisando la camisa con la otra mientras él salía a poner las cosas en el carro. Ella lo miraba, recordando. Recordó aquella noche, la primera noche completa juntos, en ese colchón aplastado sobre un colchón inflable imposible ya de inflar, sin cama a la que subirse, porque todos los suelos son santos si se los mira con amor. Esa noche con el maldito ventilador que producía más ruido que aire fresco y cuya lámpara no tenía mecanismo de apagado. Y los ronquidos y el calor y los ronquidos y la estrechez y la estúpida luz en la cara y los ronquidos. ¿Cómo explicarle su imposibilidad de dormir con otro ser humano en la misma habitación al ser humano con quien ahora compartía un espacio de metro y medio y sus entrañas? Y nada, ahora lo mira y recuerda que no durmió nada esa noche, pero amaneció sonriente.

Él sigue dando vueltas por todo el lugar sin mirarla, sin notar que ella no mira la camisa que plancha, que lo mira sin verlo porque lo que hace es recordar. Recordar los viajes en bus para ir a su encuentro, recordar los planes truncados, recordar las risas incontrolables, recordar los silencios, recordar los nombres de los niños que ya no llegarán.

Finalmente, él se para frente a ella con una sonrisa. Esa sonrisa de «no lo merezco». Esa sonrisa, pero hoy ella no siente el calor familiar. Está cansada.

–¿Sabes?– dijo, sacudiendo la camisa recién planchada. — Este asunto se está haciendo viejo, esto de ir y venir sin ataduras, pero atados. Y me ha dado por pensar que los novios compran flores y llevan al cine y dedican canciones.

— Pero, ¡mujer!

— Es que me estoy haciendo vieja y el tiempo se me escapa. Y que me ha dado por pensar que las mujeres lo que necesitamos es tiempo. — dijo, dándole un beso.

 

 

El cuento de Valentina

No suelo escribir para niños, pero últimamente mi vida está lleno de ellos.

«Valentina mira arriba, arriba, arriba. Todo está tan arriba. Allí están los adultos y con todas sus manos y voces y cuerpos. Y ella es tan pequeña. Por suerte los perros parecen ser de su tamaño. Son un poco extraños los perros, tienen pelos y si uno se descuida te lamen la cara. A la tía no le gusta que los perros laman a Valentina.

Ese es el otro problema de Valentina, tiene una tía que parece Mamá y Mamá es algo así como un mueble. Valentina prefiere a su tía y por eso la llama Mamá.

Tía-Mamá tiene un carro. A veces se va sin llevar a Valentina, solo dice que va a trabajar. A Valentina no le gusta esto y por eso llora y aprieta la pierna de Tía-Mamá porque sabe que si la gente no puede caminar, pues, no puede irse. Pero todos sus esfuerzos son en vano, Tía-Mamá insiste en irse cada día. Por suerte también regresa cada tarde. Es un alivio, Valentina no sabría qué hacer sin ella.

A veces Tía-Mamá lleva a Valentina de paseo. Entonces la baña y la peina y le pone ropa bonita. La sienta en el carro en una silla con una correa que no deja que uno se mueva y por más que intenta, Valentina no puede zafarse. En esos días de paseo, casi siempre van a buscar a la otra tía. La otra tía vive en otra casa con muchos otros tíos. Lo mejor de esa casa es que tiene muchas puertas y Valentina puede entrar y salir de los cuartos viendo cosas interesantes.

Hoy Valentina fue de paseo. La pusieron en el carro, pero el vrummm vrummm del carro siempre la hace dormir. Cuando despertó, estaba cerquita del mar. Con palmeras y una piscina grande con una tortuga enorme. Valentina quería meterse en la piscina, pero no sabe nadar así que no la dejaron. Después vieron unas estrellas rojas y negras, pero no estaban en el cielo sino en el agua.  En un cuarto había unas peceras como la de Tía-Mamá con peces de muchos colores. Y después, dejaron a Valentina meter las manos en una piscina, intentaron que tocara una de esas estrellas, pero mejor no, en ese momento Valentina pensó «necesito aprender a hablar rápido, estos adultos no me entienden.»

Valentina ya puede caminar, así que le gusta correr y en ese lugar había mucho espacio para correr con árboles grandes, grandes. Valentina se cayó, pero ya es una niña grande así que no lloró.

Usualmente el paseo termina cuando sale la luna y todo se pone oscuro. Pero hoy no, hoy es diferente. Hoy Valentina tiene su primer paseo de niña grande y fue a un restaurante. No un restaurante para niños, no. Un restaurante para gente grande, con un paraguas en la mesa y hasta le dieron una silla especial. La Tía-Mamá y la otra tía la dejaron comer de sus comidas y beber de sus limonadas.

Valentina estaba tan emocionada que no pudo dormir de camino a casa, ni siquiera con el vrummm vrummm del carro.»

Oda a una piel

Paso la mano sobre tu pecho. Estos cinco, estos diez dedos no alcanzan. No son suficientes.
Paso la mano, una y otra vez. No importa cuántas veces se pierdan mis dedos, no basta.
No lo resisto más. Como un gato, restriego mi rostro con tu cuerpo. Quiero aspirarte. Llenarme de ti.
Una mano, la otra. Llevarte en el tacto allá dónde vaya. Reproducirte a mi antojo cuando mis ojos no te vean, aunque siempre te vean.
Tu piel, profunda. La mia, siempre tan fria.
Otra vez. Allá va mi boca que te camina y tu boca se hace fruta y fuente.
Llevarte conmigo, que me lleves en el doblés de tus párpados.
Aspiro…

Instrucciones para almas rumiantes

Hay sentimientos diseñados para que uno se siente y los rumee a sus anchas. Ahí están, invitando a que uno los tome y los mastique hasta que no quede ni su veneno.
Para rumiar a gusto, se ha de escoger un sentimiento amargo. Amargo y profundo. En caso de falta de profundidad, se le puede escarbar el nicho con la ayuda de algunos recuerdos escabrosos en los que se mezclen la realidad y la fantasía del alma herida que funge como una gigantesca lupa haciendo que un rasguño se vea y sienta como una puñalada.
Como iba diciendo, el sentimiento rumiado debe ser amargo, espeso y oscuro. Tan amargo que deje un regusto dulce, que corte la lengua y hasta los labios, pero que no nos deje abandonar su masticada hasta saber de hecho que ha perdido todo sabor. No importa si nos quedamos dormidos rumiando y continuamos entre sueños solo para despertar a seguir con la tarea.
Otro aspecto importante de este rumeo es compartirlo, no digo que se le dé a otro una parte de nuestro sentimiento, sino tener un grupo de amigos que también disfruten de un ocasional almuerzo rumiante. Claro, hay que cuidarse de ejercer la rumiada mayormente a solas y compartirla únicamente con aquellos sepamos que no tienen reparos en escucharnos masticar un sentimiento por algunas horas.
Una vez el sentimiento haya perdido su amargura o simplemente lo hayamos rumiado hasta acostumbrarnos a ella, lo recomendable es escupirlo o abandonarlo sin buscar reemplazo inmediato.
Se ha de alternar el proceso con el breve disfrute de algún sentimiento dulce y de esa forma intensificar el sabor de la próxima amargura.

En mi familia todas somos brujas, pero algunas son más notables que otras. Yo, por ejemplo, soy una bruja en remisión; no por decisión, sino por falta de continuidad en mi entrenamiento y por cierta traición a mi propia naturaleza que pretendo resarcir en mis próximas décadas.

Entre las brujas más notables tenemos a las tías y primas de mi mamá, ellas no pueden ocultar su condición ni siquiera con una sonrisa porque lo que logran es que salga una risa estridente que hace que los perros se escondan bajo sus platos y las gallinas pongan huevos morados del susto. Mi mamá, por su parte, ha perfeccionado el arte de la persuasión del cual soy orgullosa heredera. La persuasión es una de las artes más importantes que puede desarrollar una bruja porque le permite pasar desapercibida mientras logra sus propósitos sin casi mover un dedo.

Ahora bien, la tía de mi mamá siempre ha tenido estampa, carácter y personalidad de bruja. O sea, es la bruja completa. La tía siempre ha fumado, en sus años de juventud (sí, las brujas envejecen; pero envejecen más lento), volviendo, la tía en sus años de juventud desarrolló el extraño hábito de fumar con la candela para adentro con la consecuente quemada del interior de la boca y lengua.  Pero eso no importa cuando eres una bruja completa, como tampoco importa el dinero y es por eso que a la tía le ha dado ahora por enrollar billetes de distinta denominación y fumárselos.